Amor en tiempos de barbijos

-¿Ya te vas?- preguntó ella tomándole la mano.

-Sí, tengo que irme a trabajar- respondió él cortantemente.

-No vayas- dijo ella mirándole tiernamente a los ojos.

-No puedo quedarme- le dijo él sonriendo- me necesitan.

-Yo también te necesito, quédate- le dijo ella.

-¿Y quién va a pagar las cuentas? ¿Cómo vamos a comprar comida?- le dijo él con la voz esta vez más firme.

-Igual, quédate- le dijo ella frunciendo el ceño.

-No, me tengo que ir- le dijo él mientras intentaba que le soltara la mano- tengo que cuidar a las abuelitas.

-Bueno, pero solo porque las abuelitas son muy lindas- le dijo ella sin dejar de soltarle la mano- ¿Y a mí quien me va a cuidar?

-Para eso está Terry- él señaló a un pequeño perrito que estaba acostado en un almohadón, este al escuchar su nombre comenzó a mover su cola de emoción.

-Ven aquí Terry- dijo ella soltándole la mano y alzó al perro que jadeaba contento-¿Cómo está la abuela Marcia?

-¿La abuela Marcia?- él hizo una pausa incomoda y miró hacia un costado con tristeza-bien, la abuela Marcia está bien.

-Bueno- dijo ella sin querer preguntar más.

-Me tengo que ir- dijo él

-Si está bien- dijo ella sin oponerse esta vez.

-Adiós, te quiero- le dijo él.

-¿Llevas barbijo?-preguntó ella.

-Sí, lo tengo- respondió él.

-¿Y el alcohol?-preguntó ella.

-Sí, lo tengo- respondió él.

-Cuídate- le dijo ella.

-Sí, si- le dijo él.

-Te quiero- le dijo ella.

-Yo también- le respondió él.

-Chau- dijo ella.

-Chau-dijo él y cerró la puerta para irse a trabajar en el hospital.

FIN

Maverick

Sentado en el motor de un aire acondicionado que estaba en una terraza se encontraba John Stewart, mirando sus pies descalzos lastimados y sucios de hollín mientras se hamacaban, luego de un movimiento brusco se bajó del motor.

Había bastante viento, y este le hacia bailar sus cabellos rubios secos por el sol , con su mano hacia visera para poder mirar al astro diurno en el horizonte el cual se quería esconder en unas horas por el atardecer. Estando John parado en la horilla que miraba hacia el mar, hizo unos cálculos con la mirada, luego caminó hacia la otra orilla de la terraza del edificio y observó hacia abajo en las calles.

En las calles la gente huía a toda velocidad del lugar en dirección contraria a la costa, algunos autos chocaban con otros en la desesperación al intentar escapar de lo que estaba por ocurrir.

Las nubes taparon el cielo y estruendosos relámpagos se hicieron presente como si fuera la señal que estaba esperando, entonces John desenfundó su tabla de surf y tomándola fuertemente corrió hacia la orilla que daba al mar para pegar un salto.

Y allí venía la gran ola del Tsunami comiéndose todo a su paso como un gran monstruo convirtiendo a la ciudad en un recuerdo, un recuerdo de una vida anterior que dio cosas tristes y felices, pero que ahora para John Stewart ya no importaba, solo importaba montar a esta «última» gran ola, y el desgraciado de John Stewart lo había logrado. Antes de recibir a la gran ola, logró poner los pies sobre la tabla y a gran velocidad fue surfeando hasta colocarse encima de ella.

Los edificios hacían un estruendo horrible al destruirse por el tsunami, parecía como si el mar embravecido estuviera rugiendo como una bestia intentando ser domada por un cowboy, y ese cowboy era John Stewart.

-¡Callate perra!- gritaba John mientras mantenía el equilibrio sobre su tabla- ¡Eso eres! ¡Una maldita y débil perra!

Tras unos intensos minutos de devastación la ola se fue calmando dejando a John en tierras mas altas y se fue volviendo a su hogar , el gran oceano, dejando ver el rastro de su furia en lo que anteriormente fuera una prospera ciudad. Las nubes se despejaron y el silencio pacifico inundo el lugar.

John había domado al monstruo.

Fin.

Los olvidados del monte

-¿Porqué llora tanto ese bebé?- le decía el Pedro a la Juana mientrás revisaba el filo de su hacha- y bue, sigo con lo mio.

El lánguido hombre se levantó del tronco en el que estaba sentado tambaleando por la borrachera y comenzó a hachar un árbol de quebracho. Junto a otros hombres que hachaban sin parar, llenaban el aire de una melodía del corte constante en la madera, y junto con esta, un humillo rojizo del aserrín mezclado con el tanino llenaba el lugar.

La mujer carraspeó y escupió a un costado una mezcla de tabaco con la mugre, atrayendo al niño hacia si intentaba amamantar con el pecho seco al pequeño. El niño no paraba de llorar, entonces la madre lo mecía y le daba golpecitos en la espalda para que se calmara.

-¡Abajo!- gritó uno de los hacheros y un árbol gigante cayó como un saldado muerto en el monte.

La mujer tapó los oídos de su bebé para que no escuchara el estruendoso ruido y no se asustara, pero el sonido había llegado a él, ya era tarde.

Los pájaros escapaban atemorizados, con la caída de los arboles de quebracho venía el envejecimiento de los olvidados. y Sin poder hacer nada, la mujer se volvía anciana y el niño se hacia hombre. Escuálido este niño hecho hombre se sentaba en un tronco y le daba un sorbo a una caña amarga hasta emborracharse, sin levantar la mirada le daba un trago largo tras otro, hasta que una mano seca de tanto hachar y hachar el monte ajeno le tocaba la cabeza. Esta mano era de su ya anciano padre, que venía a traerle el hacha para que él continuara cortando en el frondoso monte.

-¡Abajo!- grito otro hombre, y asi caía otro gran quebracho envejeciendo a este niño hecho hombre.

Así era la vida de los olvidados de la historia en las tierras de la Forestal.

Fin.

El maestro de la música popular argentina Horacio Guaraní cantándole a las historias de «La Forestal»

La mirada de Donald

Hola, vuelvo a escribir después de mucho tiempo, la pandemia es una montaña rusa y cambia tu vida como subidas y bajadas tenga. Ya no soy el mismo que escribió la última vez, pero si son las mismas mis ganas de escribir. con esta historia ojala pueda decir que vuelvo al ruedo.

Donald bajó de su coche y habló a una cámara un poco lejana, su voz era tapada un poco por la muchedumbre que tenía atrás, que, a decir verdad, era un número importante.

El hombre, ya entrado en años, tenía la mirada dura al hablar, lo que decía no se podría decir que fuera importante, tampoco se podía decir que tampoco decía nada. Pero en su mirada escondía algo más.

¿Qué decía su mirada? Ya que su mirada hablaba y muy fuerte.

Su mirada decía:

«pertenezco a un mundo que se está muriendo, donde nosotros éramos los dueños de todo y ahora vienen ustedes, niños de ideas raras, a ¡Querer ser los nuevos dueños!»

«¡No! ¿Quieren armar su nuevo mundo? ¿Uno con nuevos paradigmas distintos a los nuestros? ¡No!»

«¡No se lo vamos a dejar regalado así nomás!»

Tras esto, y al darse vuelta para seguir su camino cabizbajo, su lengua se secó y la boca se le cerró, pero sus ojos, sus ojos seguían hablando…

Fin