El frío tren

Alexander Pietrov esperaba el tren sentado en un banco de una fría estación de la ciudad; mientras leía el diario el cual tapaba su rostro, como si fuese una chimenea se veía su aliento ascender a los cielos; de a ratos espiaba para ver si venía el transporte y luego se volvía a esconder tras el diario, en realidad no lo leía, solo se escondía.

El ruido pesado del tren se hizo presente, Alexander dobló el diario y lo guardó en su saco, acomodó su sombrero y sujetándolo con la mano como ocultado su rostro, caminó apresuradamente y se subió al tren, rápidamente se dirigió hacia atrás del vagón y se sentó junto a la ventanilla, sacó nuevamente su diario y tapó su rostro solo espiando de vez en cuando hacia afuera.

El tren comenzó a moverse y el ruido de las vías como un gran reloj en el que el era una aguja que se hamacaba se hizo presente. Alexander siguió oculto tras su diario.

-Disculpe ¿Puedo sentarme?- la voz de una bella mujer lo presipitó, él asintió con la cabeza sin mirarla.

La mujer se sentó a su lado y sacó un libro, tranquilamente lo leyó para hacer mas ameno su viaje. No dijo ninguna palabra, Alexander tampoco, pero sus manos se ponían frias y su frente también, no podía respirar y su oído parecía haber adquirido una capacidad sobrehumana, ya que podía oír cuando la mujer pasaba la yema de sus dedos por las hojas de su libro, también podía oir su respiración y sentía el frio corporal que ella emanaba, sus manos apretaban el diario con fuerza.

Al llegar a la siguiente estación la mujer se bajó dejando vacío el asiento junto a Alexander, aunque no tan vacío, ya que se había olvidado su libro, o tal vez lo dejó a propósito para que él lo tomara. Alexander deslizó suavemente su mano y tomó el libro, se aseguró de tapar bien su rostro nuevamente con el diario y leyó la portada.

El libro se llamaba «Alexander Pietrov, el hombre del tren». Alexander confundido y alterado soltó el diario y se dirigió al final del libro y leyó lo siguiente.

«Aquel hombre tímido, al que siempre veía en el tren, ese al que todos llamaban loco, fue la persona mas importante de mi vida, ya que cuando quise morir en las vías del tren él fue el único que reaccionó, me sacó del peligro y cambió mi destino por el suyo despidiéndose con una sonrisa»

Alexander buscó quien había escrito el libro, era una bella mujer fallecida hace años ya, su nombre Maria Derzuk, revisó si había una foto de aquella mujer y estaba en la contraportada del libro.

Efectivamente, era la mujer que se había sentado a su lado.

FIN

Amor en tiempos de barbijos

-¿Ya te vas?- preguntó ella tomándole la mano.

-Sí, tengo que irme a trabajar- respondió él cortantemente.

-No vayas- dijo ella mirándole tiernamente a los ojos.

-No puedo quedarme- le dijo él sonriendo- me necesitan.

-Yo también te necesito, quédate- le dijo ella.

-¿Y quién va a pagar las cuentas? ¿Cómo vamos a comprar comida?- le dijo él con la voz esta vez más firme.

-Igual, quédate- le dijo ella frunciendo el ceño.

-No, me tengo que ir- le dijo él mientras intentaba que le soltara la mano- tengo que cuidar a las abuelitas.

-Bueno, pero solo porque las abuelitas son muy lindas- le dijo ella sin dejar de soltarle la mano- ¿Y a mí quien me va a cuidar?

-Para eso está Terry- él señaló a un pequeño perrito que estaba acostado en un almohadón, este al escuchar su nombre comenzó a mover su cola de emoción.

-Ven aquí Terry- dijo ella soltándole la mano y alzó al perro que jadeaba contento-¿Cómo está la abuela Marcia?

-¿La abuela Marcia?- él hizo una pausa incomoda y miró hacia un costado con tristeza-bien, la abuela Marcia está bien.

-Bueno- dijo ella sin querer preguntar más.

-Me tengo que ir- dijo él

-Si está bien- dijo ella sin oponerse esta vez.

-Adiós, te quiero- le dijo él.

-¿Llevas barbijo?-preguntó ella.

-Sí, lo tengo- respondió él.

-¿Y el alcohol?-preguntó ella.

-Sí, lo tengo- respondió él.

-Cuídate- le dijo ella.

-Sí, si- le dijo él.

-Te quiero- le dijo ella.

-Yo también- le respondió él.

-Chau- dijo ella.

-Chau-dijo él y cerró la puerta para irse a trabajar en el hospital.

FIN

Maverick

Sentado en el motor de un aire acondicionado que estaba en una terraza se encontraba John Stewart, mirando sus pies descalzos lastimados y sucios de hollín mientras se hamacaban, luego de un movimiento brusco se bajó del motor.

Había bastante viento, y este le hacia bailar sus cabellos rubios secos por el sol , con su mano hacia visera para poder mirar al astro diurno en el horizonte el cual se quería esconder en unas horas por el atardecer. Estando John parado en la horilla que miraba hacia el mar, hizo unos cálculos con la mirada, luego caminó hacia la otra orilla de la terraza del edificio y observó hacia abajo en las calles.

En las calles la gente huía a toda velocidad del lugar en dirección contraria a la costa, algunos autos chocaban con otros en la desesperación al intentar escapar de lo que estaba por ocurrir.

Las nubes taparon el cielo y estruendosos relámpagos se hicieron presente como si fuera la señal que estaba esperando, entonces John desenfundó su tabla de surf y tomándola fuertemente corrió hacia la orilla que daba al mar para pegar un salto.

Y allí venía la gran ola del Tsunami comiéndose todo a su paso como un gran monstruo convirtiendo a la ciudad en un recuerdo, un recuerdo de una vida anterior que dio cosas tristes y felices, pero que ahora para John Stewart ya no importaba, solo importaba montar a esta «última» gran ola, y el desgraciado de John Stewart lo había logrado. Antes de recibir a la gran ola, logró poner los pies sobre la tabla y a gran velocidad fue surfeando hasta colocarse encima de ella.

Los edificios hacían un estruendo horrible al destruirse por el tsunami, parecía como si el mar embravecido estuviera rugiendo como una bestia intentando ser domada por un cowboy, y ese cowboy era John Stewart.

-¡Callate perra!- gritaba John mientras mantenía el equilibrio sobre su tabla- ¡Eso eres! ¡Una maldita y débil perra!

Tras unos intensos minutos de devastación la ola se fue calmando dejando a John en tierras mas altas y se fue volviendo a su hogar , el gran oceano, dejando ver el rastro de su furia en lo que anteriormente fuera una prospera ciudad. Las nubes se despejaron y el silencio pacifico inundo el lugar.

John había domado al monstruo.

Fin.

Victimario capitulo 2

«Una producción de Josesito Andruscheziwkersensenket» decía la voz de quien presentaba el programa, mientrás el androide en movimientos toscos se acercaba a una mesa. Desde el otro lado del televisor las familias se reunían en la mesa y sacaban las pastillas de «rendimiento» que les eran entregadas por el gobierno nacional.

-Me encanta este programa- decía un padre de familia sentado en la cabecera de la mesa tras que su mujer le sirva en un plato grande la pequeña pastilla de alto rendimiento, que bailaba un poco al no tener otro alimento que la acompañara- y ¿Sabés porque me gusta? Porque dice verdades que nadie dice, si alguien tiene que decir verdades que nadie dice.

-¡Pero papá!- le decía su hijo adolescente en tono rebelde- ¡No ves que es una vieja chota!

-¡Como vas a decir eso de la gran M14THA L3GR4ND! ¡Ahora comete tu pastilla!

El hombre se levantó de su asiento y, acercandose al asiento de al adolescente, tomó la pastilla que correspondía a su hijo y mediante el uso de la fuerza hizo que se la tragara; los ojos del joven cambiaron a color blanco por un momento, luego volvieron en sí y su rostro esbozó una sonrisa de felicidad.

-Me encanta este programa- dijo el hijo adolescente-y ¿Sabés porque me gusta? Porque dice verdades que nadie dice, si alguien tiene que decir verdades que nadie dice.

-Asi me gusta más- dijo el padre, luego tomó su pastilla al igual que su señora, y la familia reunida en un ambiente de armonía y amor felices miraron el programa de televisión.

¡No hay como la perfecta familia feliz de la Argentina!

…continuará.

La bella sinfonía de los truenos de los mil años

Los guardianes de las inmensas puertas de oro adornadas con cristales se hicieron señas tras ver la impaciencia de los presentes, entonces se dispusieron a tirar las cadenas que abrirían dichas puertas, el gran teatro daba la bienvenida a los millares de seres que desde hace años esperaban el recital con ilusión. Todos conocían el gran talento del compositor, este era en verdad el mejor de la historia de los que se animaron a hacer música hasta el momento, tal era el caso que el reino entero se había puesto de fiesta para la ocasión.

  Desde el más pequeño de los seres hasta los más grandes tomaron sus lugares respetando sus tamaños y sus capacidades para percibir el espectáculo, hablando entre sí de que con que los sorprendería el director de la obra esta vez, se podía ver las filas interminables de asientos; tal era su cantidad, que las filas se perdían a lo lejos y solo se podría ver al último con los ojos especiales que solo le eran otorgados a pocos seres y justamente estos eran los que ocupaban los lugares más alejados. También se encontraban situadas en lugares especiales las cuatro bestias colosales, que ubicados arriba debido a su gran tamaño, observaban junto a todos los seres voladores el lujoso escenario diseñado especialmente por el organizador del evento. De un lado los seres del agua y los de las profundidades del agua, del otro los seres de fuego y los de las profundidades del fuego; conversando entre sí, convirtiendo el sonido del ambiente en vientos armoniosos; no tenían contiendas entre ellos ya que el amor y la amistad los unían. Los pequeños juntos en millares en lugares pequeños como así los enormes que a su vez tenían seres más pequeños sobre sí esperaban con gran curiosidad, hablando, riendo, señalando las características únicas del lugar y con gran admiración, que se dé comienzo el show….

Extracto del cuento «La bella sinfonía de los truenos de los mil años» el cual pertenece exclusivamente al compilado de cuentos llamado «Cuentos fuera del tiempo»

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