-¿Porqué llora tanto ese bebé?- le decía el Pedro a la Juana mientrás revisaba el filo de su hacha- y bue, sigo con lo mio.
El lánguido hombre se levantó del tronco en el que estaba sentado tambaleando por la borrachera y comenzó a hachar un árbol de quebracho. Junto a otros hombres que hachaban sin parar, llenaban el aire de una melodía del corte constante en la madera, y junto con esta, un humillo rojizo del aserrín mezclado con el tanino llenaba el lugar.
La mujer carraspeó y escupió a un costado una mezcla de tabaco con la mugre, atrayendo al niño hacia si intentaba amamantar con el pecho seco al pequeño. El niño no paraba de llorar, entonces la madre lo mecía y le daba golpecitos en la espalda para que se calmara.
-¡Abajo!- gritó uno de los hacheros y un árbol gigante cayó como un saldado muerto en el monte.
La mujer tapó los oídos de su bebé para que no escuchara el estruendoso ruido y no se asustara, pero el sonido había llegado a él, ya era tarde.
Los pájaros escapaban atemorizados, con la caída de los arboles de quebracho venía el envejecimiento de los olvidados. y Sin poder hacer nada, la mujer se volvía anciana y el niño se hacia hombre. Escuálido este niño hecho hombre se sentaba en un tronco y le daba un sorbo a una caña amarga hasta emborracharse, sin levantar la mirada le daba un trago largo tras otro, hasta que una mano seca de tanto hachar y hachar el monte ajeno le tocaba la cabeza. Esta mano era de su ya anciano padre, que venía a traerle el hacha para que él continuara cortando en el frondoso monte.
-¡Abajo!- grito otro hombre, y asi caía otro gran quebracho envejeciendo a este niño hecho hombre.
Así era la vida de los olvidados de la historia en las tierras de la Forestal.
Fin.